Decreto número 12
La Junta Revolucionaria de Gobierno,
Considerando
Que uno de los anhelos más legítimos de los actores intelectuales del país ha sido la organización de la Universidad Nacional, en forma que responda a las realizaciones de auténtica cultura que el pueblo espera de ella:
Considerando:
Que fué fermento de la revolución trascendental que vivimos, la decisión de estudiantes y profesionales dignos, de llegar a la autonomía universitaria para poner al Alma Mater a salvo de las agresiones dictatoriales que la habían convertido en mera fábrica de profesionistas, donde la libre investigación era anulada, y el pensamiento perdía toda eficacia, al quedar bajo control hasta en sus más mínimos detalles;
Considerando:
Que la investigación de los numerosos problemas que confronta el país y la difusión de la cultura exigen una nueva orientación para la Universidad, y libertad para decidir acerca de su organización, propósitos y fines;
Por Tanto
En uso de las facultades que le confiere el artículo 77 de la Constitución de la República, en su inciso 23
Decreta:
Artículo 1º. La Universidad Nacional de San Carlos, con sede en la capital de la República, es autónoma en cumplimiento de su misión científica y cultural, y en el orden administrativo.
Artículo 2º. La Universidad Nacional tiene personalidad jurídica necesaria para el desarrollo de sus fines, y para adquirir, administrar, poseer y enajenar bienes, contraer obligaciones y ejercer toda clase de acciones de acuerdo con la ley.
Artículo 3º. Integran la Universidad Nacional las siguientes Facultades:
De Ciencias Jurídicas y Sociales; De Ciencias Médicas
De Ciencias Económicas; De Ciencias Naturales y Farmacia
De Ingeniería: De Odontología; de Humanidades
Y las demás facultades e institutos que en lo sucesivo se establezcan.
Artículo 4º. Mientras se emite la nueva Ley Orgánica de la Universidad Nacional y los correspondientes Estatutos y Reglamentos, estarán en vigencia las leyes que rigen, en cuanto no afecten el espíritu del prese decreto.
Artículo 5º. El ejecutivo dispondrá la manera de asegurar la autonomía económica de la Universidad Nacional.
Artículo 6º. La ley Orgánica decidirá la forma en que el Ejecutivo verificará la suprema inspección que le corresponde de conformidad con lo dispuesto por el artículo 77. Inciso 7º, de la Constitución de la República.
Artículo 7º. Este decreto entrara en vigor el día primero de diciembre próximo entrante, y se dará cuenta de el a la Asamblea Legislativa de la República en sus próximas sesiones ordinarias.
Dado en el Palacio Nacional, en Guatemala, a los nueve días del mes de noviembre de mil novecientos cuarenta y cuatro.
J. Arbenz. Jorge Toriello Franco. J. Arana.
El Secretario de Estado en el Despacho
de Educación Pública
Jorge Luis Arriola
DISCURSO DEL RECTOR DE LA UNIVERSIDAD AUTONOMA
Palabras del doctor Carlos Federico Mora al inaugurarse el nuevo régimen del alma mater.
publicado Lunes 4 de diciembre de 1944 Periódico El Imparcial
La autonomía de la Universidad de San Carlos de Guatemala que, a partir de hoy deja de ser pura aspiración o sueño inalcanzable para convertirse en un hecho, fue posible únicamente dentro de la feliz circunstancia de encontrarse Guatemala en pleno avance a través de un momento Revolucionario y autonomía vienen juntas en la corriente bien hechora que, surgiendo en las más apremiantes necesidades vitales de un país, sujeto por luengas décadas al agobio de tenaces fuerzas opresivas, se desato a mediados de este año y esta grabándose en su lecho en la conciencia nacional. Expresan ambas una tendencia que pugna por manifestarse más desde hace cien años sin encontrar apoyo e informan fervientes anhelos de todos los patriotas, defraudados una y otra vez en sus ambiciones mejores. Pero sobre todo anuncia como los primeros estremecimientos de una gran conmoción social, el arribo de esa marejada gigantesca que asegura en el mundo entero, con ímpetu catastrófico, el tránsito de una edad a otra.
Pura perogrullada decir que nuestra revolución y nuestra autonomía se hallan apenas en su etapa inicial, ensayando los primeros pasos de una marcha sin fin. Pero esa perogrullada hay que asentarla, para situarse en la propia realidad y desde ahí tantear el futuro y darse cuenta de que todavía no es presente ni está en poder de nadie. El movimiento armado del 20 de octubre no es, por supuesto, la revolución sino su arranque. Rompió la barrera que contenía las ansias populares y la rompió a cañonazos porque o hubo otra manera de efectuar esa obra de ingeniería política: pero abrir paso a las casias populares no es llevarlas hasta su satisfacción, ni siquiera a través del rumbo hasta allí no llega la virtud de la pólvora. Comprendiendo esto, la Junta Revolucionaria de gobierno se está empeñando por dar comienzo de una vez y antes de que se agote la pública efervescencia renovadora, y a los trabajos de capacitación y orientación de todas fuerzas vivas puestas en libertad, para afirmar con ellas la revolución. El decreto de autonomía universitaria debe ser visto como uno de los actos más trascendentales en ese esfuerzo, ya que esta autonomía, no es sino la revolución misma, si no es también poco un factor revolucionario para el futuro inmediato o próximo –(dada la relativa lentitud con que acciona)- sí es el medio mejor y más seguro para alcanzar la culminación de esas conquistas, positivas y de largo aliento que, de no malograrse este movimiento como se han malogrado otros semejantes en nuestra vida pretérita, implicarán la consumación triunfadora de nuestra etapa decisiva en el devenir nacional.
Ahora bien: la única manera como esta universidad puede poner eficazmente su autonomía al servicio de la nueva era revolucionaria, es estructurándose de tal modo que el cumplimiento de esa misión le sea dable e incorporándose, sin vacilaciones, sin reticencias, a la ofensiva en marcha. Permanecer al margen de ella, amurallándose en modos de vivir arcaicos y anacrónicos; encaramarse al balcón de los letrados a ver como discurre la vida del pueblo guatemalteco y sin mostrar, incluso, curiosidad ni interés, sería, sencillamente criminal. Obstinarse con el ser refugio de un menguado grupo de técnicos y aprendices de técnico que laboren por sí mismos y para la ciencia pura, inutilizados en su espléndido aislamiento, seria no menos criminal. Copiar la organización de universidades extranjeras que prosperan para su exclusivo bien en comarcas felices en donde abundan las agencias llamadas a movilizar las grandes masas no universitaria de tal modo que la universidad pueda contribuir al beneficio colectivo sin necesidad de abandonar sus fines exclusivamente culturales, también sería criminal. La única orientación leal, legitima y razonable que podemos imprimirle a nuestra universidad autónoma es la de un nacionalismo puro e intrépido.
Pero no pensamos en nacionalismo excluyente, xenófobo o de ridícula e infundada arrogancia. ¿De dónde extraeríamos material para sustentarlo? – Y aunque lo tuviéramos ¿Qué podría construirse con él? –No el nacionalismo que invocamos como norte y guía de la universidad autónoma no habrá de tener sino dos características, de verdad fecundas: la de estar al servicio directo, resuelto, afanoso, de los intereses patrios, dentro de la tendencia revolucionaria que es redentora y regeneradoras, y la de consagrarse a descubrir, depurar, afirmar y exaltar los valores genuinamente guatemaltecos, forjando así la conciencia de nuestra nacionalidad, pero sin oponernos a otros valores extraños, sino sumándoselos, con la satisfacción de dar lo propio para colaborar con el bien de todos los hombres. ¿Y por qué no? ¿Puede arrastrarnos en el complejo de minusvalía nacional hasta el extremo de no poder imaginar siquiera algo de lo nuestro puede salvar las fronteras patrias para ir a conducirse con el patrimonio cultural del mundo?
El nacionalismo fomentado por nuestra universidad autónoma no habrá de ser tampoco el que tolere las tremendas incongruencias e incalificables anomalías de que está plagado nuestro ambiente social. Muy por el contrario, debe lanzarse acometedor, contra ellas, en eso estriba, por sobre cualquier cambio accidental el triunfo de la revolución y su objetivo máximo.
Demos nuestro ejemplo de esas incongruencias algunas como éstas: por un lado tres millones de indios, cautivos de su ignorancia, víctimas de sus vicios, feudatarios de sus opresores, corroídos por todas la miserias, y por el otro una exigua minoría afortunada, aunque con escasa preparación para ejercer humanamente la tutela que ejerce sobre esos tres millones de parias. De un lado, pues, la ignominia: del otro, la vergüenza.
Mil estudiantes, en la buena acogida de un ámbito académico preparándose para medrar plácidamente como profesionistas, en tanto que obreros campesino innumerables no leen ni escriben o, si lo pueden, no tienen en donde recibir nociones que han de permitirles cuidar mejor su salud, perfeccionarse en sus oficios disfrutar de un regalo que ofrecen las producciones del ingenio humano, absorber la suma de conocimientos útiles que permitan al trabajadores ser una rueda sencilla más eficaz en el engranaje social.
Un estado que se adjudicó hace tiempo la modalidad política que hace felices a comunidades más civilizadas y no logra amoldarse a ella porque la gran mayoría de sus componentes no está aún madura para esa clase de vida institucional.
Un país riquísimo, potencialmente, y un pueblo pobre, por no saber cómo explotar sus riquezas. Climas de bendición, salutíferos y pobladores enclenques. Tierras feraces hasta el exceso y cosechas y frutos desmedrados. Magnificas disposiciones intelectuales y muy magro saber. Gentes con una tendencia al orden, a la estabilidad y a la armonía casi sobrehumana, y desconcierto en el vivir común, etcétera, etcétera, etcétera.
La revolución se endereza principalmente contra antinomias tan flagrantes. No cabe dudarlo. ¿Cómo y de qué manera llegará la universidad a sumar su concurso en la empresa redentoras? ¿Cómo puede arreglárselas para que, en ejercicio pleno de su autonomía, descargue actividades en el sentido revolucionario y dejando de mano lo consabido, lo trillado, en materia de gestión académica, se consagre primordialmente al tratamiento de los grandes males que afligen a la patria?. Creo que esa colaboración en la terapéutica social puede valerse de, por lo menos cuatro procedimientos iguales, en sus alcances, ventajas, motivos, objetos y complejidades. En primer lugar fertilizando el surco abonando las inteligencias, labrando el suelo en el que ha de echarse la siguiente simiente revolucionaria. En segundo: preparando a los sembradores. En tercero ofreciendo el material de ideas de sistemas y recursos de cualquier clase, necesarios para la propaganda y la difusión. Por último incubando al elemento de vanguardia que, inquieto y descontento con lo que tiene avizora en su inquietud lo difícilmente asequible y que debe ser alcanzado, superado, escarnecido por viejo, y abandonado.
Parecería que la universidad estaba invadiendo territorio de otros al estremecerse en la propagación de la enseñanza rudimentaria entre los analfabetos adultos, porque siempre se piensa en cultura superior cuando se piensa en universidad; pero no hay tal. A pesar de esta colosal compete, en primer lugar, a la secretaría de educación pública, es tan grande el número de los iletrados existente en nuestro país que cualquiera otra institución, estatal o no, que intervenga en su favor tiene campo de acción sobrado, sin invadir jurisdicción ajena.
Dentro de ese campo, la universidad puede cumplir una admirable misión preparatoria, creando por medio de la instrucción, la conciencia cívica, indispensable para la asimilación de cualesquier clase de principios político social, san o no revolucionarios. Tales principios no llegan al alma del pueblo si no tienen por donde entrar. Son letra muerta; son castillos en el aire se quedan mientras la enseñanza no planta el basamento racional, capaz de recibirlos. Un programa ideológico indescifrable para los que deberían ser beneficiados por él no puede realizarse. Imponerlo, a despecho de la incomprensión, es quimérico. Creer que con pregonarlo a los cuatro vientos ya está cumplido, resulta absurdo. Quimera y absurdo hicieron nugatorios los cacareados triunfos de alunas otras conmociones políticas que en nuestro pasado han sido: se luchó, se obtuvo la victoria se entregaron al pueblo desde una especie de Sinaí, los nuevos postulados se creyó que todo estaba hecho. Pero el pueblo elegido, incapaz de incorporarse esos postulados, por falta de comprensión, se quedó en la misma. Tal, por ejemplo, el fracaso del 71: se anunció, con acompañamiento de la más vibrante sinceridad, que el ideal supremo de la revolución eras “enseñanza para todos”, pero como no se puso al elemento receptor en aptitud de secundar el ideal, no pudo hacérsele efectivo y, así, estamos todavía, setenta y tres años después del triunfo con un 65 por ciento de analfabetos y proporción mayor de semianalfabetos que de balde marchaban el 30 de junio, llevando sobre sus espaldas la carga de su ignorancia, mas pesas que la de su fusil.
Debe emprenderse, pues, con todo ahínco, la alfabetización de los iletrados; pero no basta con ella, si por alfabetización se entiende el limitarse a enseñar la lectura y la escritura, y algo tal vez de aritmética. Se ha visto con lamentable certeza que tan reducido saber hace adelantar al hombre un paso en el sentido de su progreso espiritual. Se ha visto también que por lo atiente a la capacidad política, tanto vale un semianalfabeto, conocedor de la primera letras, como un analfabeto puro y simple. La buena enseñanza elemental –y es así como la universidad autónoma se propone impartirla- debe iniciar en la teoría y la práctica del civismo, en la teoría y práctica de la higiene de la nutriología, en la teoría y la práctica de las industrias regionales, en el estudio del ambiente físico y del ambiente humano, en la gramatización de los dialectos indígenas etcétera. Todo esto, como es lógico, administrado en la dosis mínima que únicamente es concebible; pero con la decisión consciente, tenaz y sistemática de que sirva para extraer el analfabeto de su caverna mental y ponerlo en condiciones óptimas de asimilación, a fin de que el propósito revolucionario, el movimiento subversivo, el nuevos tratos, puedan arraigarse en él. O, en otras palabras a fin de que la democracia verdadera tenga dónde encarnar y no se despedace al chocar contra la superficie enteramente refractaria del conglomerado.
El reclutamiento de un ejército de culturizadores es otra de las fases de la colaboración en proyecto. Si comparamos el departamento de extensión universitaria con un sistema arterial encargado de distribuir por todo el organismo de la república la sangre del Alma Mater, podemos asignar a nuestros estudiantes el papel de glóbulos rojos portadores de la vida pensante y estimuladores del recambio ideológico que ha de verificarse hasta en las más apartadas regiones de Guatemala. Puesto que ellos han tenido la buena fortuna de recibir en la aulas universitarias los beneficios de la instrucción hasta su grado óptimo, junto y equitativo es que retrasmitirán a la comunidad de los menos afortunados algo de lo percibido. Es así como se les convierte, de clase privilegiada, en factores activos de la democracia y como se les compele a solidarizarse con los desheredados del saber. Ahora que la juventud ha tenido actuación tan decisiva en la lucha revolucionante no puede quedarse a medio andar; calmando el periodo de la rebeldía, la tragedia y de la demolición debe, alistarse en la obra constructiva que es la verdadera revolución, pronta a todos los sacrificios que eso exija y con más cohesionada disciplina que nunca. De lo contrario se defraudaría a sí misma y defraudaría a todos los que en ella esperan y confían.
Por el intermedio de los estudiantes, en la misión cultural, y de los vecinos bien dispuestos, en las delegaciones permanentes, la universidad se promete hacer que la luz penetre por todos los rincones del país. Poco a poco, con métodos, con paciencia, sin festinaciones. El impulso precipitante ha tenido que llevar violencia y rapidez de acción: lo que ahora falta por hacerse, la labor esencial, será producto del tesón y del tiempo. Pero sus frutos servirán por siempre, viniendo a constituir el legado de esta época crucial que nos tocó vivir, para fortuna nuestras. Ahora, por ejemplo, pide la revolución, en su urgencia de nuevas normas, que se niegue al analfabeto el derecho a votar: mañana se empeñara por que no habiendo más analfabetos no haya tampoco guatemaltecos excluidos del sufragio. Ahora cuida la revolución de que se estabilice el equilibrio social imperante, para que la renovación momentánea tended dónde fijarse: mañana precipitará ella misma la ruptura de ese equilibrio, por ser injusto, e impondrá un nuevo orden económico-social, más humano y más acorde con las corrientes universales. Ahora se da toda importancia al cambio de individuos y de prácticas: mañana se dará la preferencia al cambio de sistemas y de orientaciones. Ahora estamos en lo accesorio: mañana estaremos en lo principal.
En ese escalón culminante de nuestra ascensión hacia mejores tiempos, será en donde la universidad esté llamada a proveer los recursos inmateriales, los planes científicos, los métodos adecuados, las estadísticas fundamentales, los proyectos, la especulaciones, los experimentos, sociológicos y todo lo que requiere una evolución organizada. Sin ella, se procedería a base de empirismo y tanteo: gracias a su ayuda actuará en la forma inteligente, en la forma única, en que las trasformaciones pueden ser realizadas.
En fin, como no es posible no se ha visto nunca que una revolución siente a descansar a la vera del tiempo, convencida de que ya no existe más allá; como progreso de los países y de los conjuntos humanos se opera por acúmulo de fuerzas, lo hacen marchar, tal como esas bombas de impulsión autógena que en la guerra moderna, alimentan su alcance con su propia deflagración: como a toda conquista sucede una inquietud, es necesario también que la universidad de nacimiento y albergue y estímulo a los portadores de esa inquietud y a los descubridores del mañana. Pésima es, como ahora, la universidad que no produce inconformes ni iconoclastas y se contenta con atiborrar de conocimientos los jóvenes cerebros, dejando en la inopia y la vulgaridad el espíritu y la persona social.
Nuestra universidad autónoma, diferente en eso también de su predecesora, tratará de forjar a los revolucionarios del futuro, es decir, a los revolucionarios que un buen día vendrán a declarar caduca e insoportable nuestra gloriosa revolución del 44. Solo así, con toda la audacia que reclaman los tiempos críticos, las situaciones amenazantes, las injusticias denunciadas, podrá la Universidad de San Carlos ufanarse de haber alcanzado para algo, su autonomía. Solo así en estrecho connubio con la revolución que le dio el ser. Podrá decirse que por fin le ha llegado la hora de servir a Guatemala.